El Profesor Ricardo Maliandi nación en La Plata, en 1930. Es escritor y filósofo argentino, especialista en ética. Ha sido profesor en varias universidades argentinas e investigador de CONICET. Se doctoró  en Filosofía en la Universidad de Maguncia, Alemania. Obtuvo el Premio Konex en 1986 por su labor en la especialidad «ética» y en 2012 el Premio Nacional en la categoría «Ensayo filosófico» por sus trabajos sobre ética convergente. Es además, presidente de la Asociación Argentina de Investigaciones Éticas, miembro titular de la Academia Nacional de Ciencias y miembro honorario de la Asociación Argentina de Bioética. A quien le agradecemos el habernos concedido esta entrevista.

1. ¿Usted cree que en nuestro mundo hay lugar para la ética?
La ética, como han visto los etólogos, surgió como un modo de compensar el desequilibrio etológico derivado de la invención de la técnica, o sea la desproporción entre los instintos represores de la agresión intraespecífica y la disponibilidad de medios artificiales –las armas— mucho más letales que los naturales (zarpas, colmillos, cuernos, ponzoñas, etc.). La técnica, a su vez, había constituido la compensación de un desequilibrio ecológico originario (desadaptación al medio, por la cual se extinguieron todos los demás homínidos). La ética constituyó en su comienzo un recurso cultural, no natural, consistente ante todo en la impugnación del homicidio. Insuficiente, desde luego, pero a la vez imprescindible. Fue entonces una especie de expediente higiénico, tendiente a reducir, por lo menos –ya que era posible eliminar—la violencia fatal entre individuos humanos. Pero con el desarrollo de la cultura, también la ética fue haciéndose cada vez más compleja y con mayores variantes en los distintos pueblos y las distintas épocas. Paradójicamente, también ella, surgida como compensación, fue adquiriendo caracteres desequilibrantes, sin perder los compensatorios. Pero siempre, y también en nuestro tiempo, estos últimos siguen siendo primordiales para la convivencia. Cuando no quede lugar para la ética, sólo podrá sobrevenir la extinción de nuestra especie, no ya, o no ya sólo, por desequilibrio ecológico (que es siempre un peligro, acrecentado por la técnica y para cuya conjuración se requiere ética), sino también etológico, por la agresividad humana intraespecífica.

2. ¿Quiénes son y quiénes deberían ser los modelos éticos actualmente?

Los modelos éticos nunca fueron frecuentes; son más bien la excepción de la regla, porque entrañan el reemplazo de la natural agresividad por actitudes de solidaridad y respeto a la vida. En el siglo XX hubo unos pocos: Mahatma Gandhi, Albert Schweitzer, Martin Luther King, Madre Teresa. Lo fueron también algunos que no pudieron prescindir de la violencia, porque ésta constituye a menudo la única forma de luchar contra la injusticia. Son modelos éticos, entonces, también quienes ofrendan la propia vida en esa lucha, como Espartaco en la Antigüedad, Juana de Arco en el siglo XV, Che Guevara en el siglo XX. Recibir el Nobel de la Paz, en cambio, no es garantía de constituir un modelo ético. Por otra parte, seguir un modelo ético no implica necesariamente sacrificar la propia vida. Los modelos éticos nos dejan algo así como “ideas regulativas”: señalan un camino, indican la importancia esencial de la justicia, precisamente como algo más valioso que la propia vida..
3. ¿Le parece que a lo largo de la historia hubo avances en este sentido?

Lo ético es complejo, y por eso no es contradictorio afirmar que hubo avances y también retrocesos. Un ejemplo: la abolición institucional de la esclavitud fue un avance; las formas solapadas de esclavitud, el tráfico de niños, etc., son un retroceso.

4. La “sed de venganza” de los líderes mundiales ¿podríamos decir que ha cambiado para bien desde el famoso relato de Aquiles y Héctor, en la Ilíada hasta nuestros días?

La ira de Aquiles es una infracción casi inocente si se la compara con la frialdad con que cometieron sus crímenes y genocidios líderes políticos como Adolf Hitler, Iósif Stalin, Francisco Franco, Jorge Rafael Videla, George Bush y tantos más.

5. ¿Podría explicitarnos su propia posición sobre la ética?

Vengo desarrollando desde hace decenios lo que denomino una “ética convergente”, basada en la idea de que la ética, como disciplina filosófica, pretende esclarecer la razón práctica, pero ocurre que ésta cumple dos funciones opuestas: fundamentación y crítica. De ahí derivan principios éticos también opuestos, que pueden suscitar conflictos sui generis cuando se los quiere aplicar a situaciones concretas. Parto también de la convicción de que todo lo moral es conflictivo. Si no hubiera conflictos, la moral no tendría sentido, y la ética, por tanto, tampoco. Los principios éticos son los criterios a los que se apela para resolver conflictos empíricos. Pero como hay principios diversos, y ellos también pueden entrar en conflicto entre sí, es aquí donde se pone en evidencia la complejidad de todo lo ético, del ethos. La ética convergente propone un metaprincipio, o “principio de convergencia”, que exige procurar la atención simultánea a todos los principios en juego. No importa tanto el cumplimiento perfecto de un principio, sino su no transgresión. A esto llamo “incomposibilidad de los óptimos”: es posible el cumplimiento óptimo de un principio determinado, pero a costas de la transgresión de otro, lo cual determina entonces unilateralidad. No es posible “optimizar” el cumplimiento de todos los principios; pero, como todos los principios son, a su vez, complejos, es posible el cumplimiento gradual de cada uno, de modo que ninguno quede fuera de consideración. La justicia, por ejemplo, es una forma del principio de universalización (como lo es el imperativo categórico kantiano o el principio del discurso de Apel). Pero si sólo se quiere realizar la justicia, se corre el riesgo de transgredir la libertad, que es una forma del principio de individualización. Y, a la inversa, demasiada libertad coarta la justicia. Aparte de esa conflictividad (universalidad-individualidad) que es sincrónica, hay otra diacrónica, que tiene lugar entre el principio de conservación y el de realización. Así se oponen, por ejemplo, la tradición y el progreso, la serenidad y la inquietud, la precaución y el riesgo, etc. Otra idea básica de esta propuesta ética es la de que la razón se opone a lo conflictivo, pero, bien empleada, es también ella la que reconoce que lo conflictivo es inevitable.

6. ¿Considera que se puede enseñar la virtud?

Depende de cómo se entienda la virtud y de cómo se entienda el enseñar. La ética de las virtudes fue importante en la Antigüedad; las éticas modernas han ido comprendiendo que el problema ético no se reduce a ellas. La concepción aristotélica de las virtudes como hábitos puede seguir siendo válida, pero son necesarios ciertos retoques, como lo han hecho pensadores neoaristotélicos actuales, como Alasdair Macintyre o Martha Nussbaum. La enseñanza ética (o, más rigurosamente, la enseñanza moral) no puede ser la imposición de normas, sino que debe plantearse como una ayuda a que el educando forme sus propios criterios morales. La ética presupone la libertad; por tanto, no podría enseñársela si se cercenara esa libertad. La libertad, por cierto, tiene límites, pero éstos no le pueden ser impuestos a una persona desde fuera, sino que ella misma, con su razón, debe encontrarlos. La enseñanza de la virtud tiene que consistir en la difícil tarea de ayudar a que cada uno se descubra a sí mismo y se descubra como ser racional. Nicolai Hartmann concibió la ética como una “mayéutica de la conciencia moral.” El planteamiento actual del problema de las virtudes puede verse en autores como Otto Friedrich Bollnow (Esencia y cambios de las virtudes), o, más recientemente, André Comte-Sponville (Pequeño tratado de las grandes virtudes).
7. ¿Qué filósofos lo han influenciado más en sus ideas?

La ética convergente se denomina así también en alusión a los dos pensadores que más han influido en mis investigaciones éticas: Nicolai Hartmann y Karl-Otto Apel, y he tratado de lograr una convergencia entre algunas de sus respectivas ideas. Del primero tomé sobre todo su comprensión de la conflictividad inherente a todas las cuestiones morales. Del segundo, su criterio de fundamentación pragmático-trascendental, es decir, su demostración de que en el mero uso de la argumentación ya se presupone por lo menos un principio ético. Éste es, por tanto, y siguiendo la tradición kantiana, a priori; pero, a diferencia de Kant, Apel trabaja con una concepción dialógica de la razón. Creo que es decisivamente importante advertir que nuestra razón sólo funciona correctamente a través del diálogo, o sea, de la confrontación de argumentos. También he recibido una fuerte influencia de algunos de mis maestros, especialmente de Risieri Frondizi, de quien heredé el interés por la ética y por el problema de la fundamentación de ésta, y de Emilio Estiú, quien me inició en el estudio de los pensadores alemanes.

8. ¿Cree que el diálogo y la reflexión tienen suficiente fuerza para superar los conflictos personales y también internacionales?

Sería ingenuo creer que sólo mediante argumentos racionales se puede lograr que los hombres adopten una actitud crítica respecto de sus propios intereses. Pero el hecho es que también sería ingenuo pensar que los conflictos pueden resolverse prescindiendo de la razón. Lo que se debe procurar es la paulatina y gradual institucionalización de los discursos prácticos. Este precisamente, es un postulado básico de la ética del discurso apeliana. Las “negociaciones” no son verdaderos discursos prácticos, porque en ellas los negociadores hacen valer, de manera solapada, sus fuerzas extra-argumentativas, lo cual es también una forma de violencia (de velada amenaza) que se procura disimular. Pero la prueba de que lo exigido por la razón es el verdadero diálogo –en el que sólo vale la “fuerza de los argumentos”- reside precisamente en que ellos se ven obligados a ese disimulo. Es decir, quien “negocia” ya ha presupuesto que debería prescindir de toda forma de violencia.

9. ¿Con cuál idea está más de acuerdo: el hombre es bueno o malo por naturaleza?

Posiblemente ambas cosas. Creo que junto a la agresividad natural existen también resortes de solidaridad, como lo había visto bien Kropotkin. Pero cuál de las dos potencias ha de desarrollarse depende en buena medida de la educación. Por cierto existen en esto también diferencias genéticas individuales; pero no toda conducta o tipo de conducta puede remitirse a lo genético.

10. ¿Qué cuestiones de la filosofía vale la pena enseñar hoy en día?

Todos los problemas filosóficos tienen importancia; pero lo relevante de la filosofía no es tanto la cuestión que eventualmente se discute, sino el hecho de que ella puede incidir –si se la enseña correctamente— en la actitud crítica y el respeto a las discrepancias. Filosofar genuinamente equivale a admitir objeciones y entender que otros pueden pensar de manera diferente. La mejor filosofía será incluso aquella que no sólo lo admita, sino que también lo considere como un desiderátum. El “derecho a la crítica” no es sólo derecho a ejercer la crítica de otros, sino derecho a que las propias ideas sean discutidas por otros. Si ellas valen algo, tendrán que poder ser defendidas por argumentos coherentes. En una discusión realmente filosófica, los interlocutores no se encuentran en una contienda hostil, en la que cada uno trata de refutar (o de “vencer”) al otro, sino en un intercambio argumentativo en el que ambos, en el fondo, luchan contra un problema que es necesario aclarar o resolver. En tal sentido, los verdaderos interlocutores filosóficos no son enemigos, sino aliados.

11. ¿Qué lugar ocupó y ocupa en su vida la enseñanza?

Desde hace ahora 46 años me he dedicado ininterrumpidamente a la docencia universitaria. El aula universitaria es a mi juicio un lugar prominente (aunque no sea el único) en el que se ejerce la profesión del pensar filosófico. Creo, sin embargo, que ese pensar debería comenzar a desarrollarse ya en el nivel primario y continuar en el secundario, porque se trata de una de las potencialidades más valiosas de la persona humana. Así lo han copmprendido quienes, como Matthew Lipman, han advertido que, para poder pensar por sí mismo en la edad adulta, el ser humano tiene que comenzar a pensar por sí mismo ya en la infancia.

12. ¿Podría señalar algunas de las condiciones que considera debería poseer un buen profesor de filosofía?

La primera condición, a mi juicio, es el amor por la filosofía y por la transmisión de ella. Si no se tiene eso, los conocimientos que se posean no servirán para la acción docente. Desde luego, la instrucción filosófica debe también ser fuerte, amplia y sobria. No se puede “formar” a alguien, ni contribuir a “formarlo” en el pensar filosófico si uno no está suficientemente formado en ello. Y esa instrucción filosófica tiene doble carácter: es no sólo erudición sobre las más importantes teorías filosóficas propuestas en la historia y sobre los detalles sistemáticos de la disciplina que se enseña, sino también sobre la metodología especial que exige la enseñanza filosófica. Y una tercera condición, no menos importante que las anteriores, debe ser la modestia intelectual, el reconocimiento de que, por más que se sepa, lo que se ignora es siempre mucho mayor. La filosofía es, a mi juicio, anti-autoritaria, de modo que quien pretenda enseñarla ha de comenzar por no considerarse a sí mismo como una “autoridad”.

13. La investigación ¿es un trabajo o una obsesión? ¿Le roba o le robó tiempo para otras actividades?

No lo sé con certeza, porque más de una persona de mi círculo familiar me ha acusado de tener una obsesión semejante, o de “adicción al trabajo”. Siento que la investigación no sólo me ha robado tiempo para otras actividades, sino también que el tiempo exigido por unas investigaciones me ha impedido dedicarlo a otras que también hubiese querido desarrollar.

14. ¿Qué es lo que más recuerda de su visita a Grecia? ¿Estuvo una sola vez?

Estuve en Grecia dos veces, y en ambas tuve muchas experiencias inolvidables. Creo que lo mismo ha de ocurrir, en general, a toda la gente que ama las humanidades, porque es como encontrarse con el origen de aquello a lo que uno ha dedicado su vida. Paradójicamente, lo que más estremece son las ruinas, es decir, lo que ha quedado reducido a unas pocas piedras. La primera visión del Partenón, cuando uno llega a la cima de la Acrópolis ateniense, es un golpe emocional que deja huellas imborrables para toda la vida. Pero también el teatro de Epidauros, o las ruinas de Micenas y muchas otras cosas más, constituyen vivencias incomparables. También la Grecia bizantina ofrece ofrece sorpresas deliciosas. Y el pueblo griego, la gente oriunda de ese hontanar de nuestra cultura, sobresale por su hospitalidad y su simpatía.

15. Si no se hubiera dedicado a la filosofía, ¿Qué sería hoy?

Antes de estudiar Filosofía, hice en la Plata toda la carrera de médico veterinario. Mi intención era seguir luego Bacteriología, carrera de Posgrado; pero antes de terminar con Veterinaria, descubrí mi vocación filosófica y decidí seguirla. Durante dos años fui simultáneamente alumno de dos Facultades, lo cual resultaba bastante incomprensible a los compañeros de cada una de ellas. De todos modos, la biología también me interesó entonces y me sigue interesando, así que, posiblemente, si no me hubiera dedicado a la filosofía, lo habría hecho a alguna disciplina biológica. O quizá me hubiera dedicado a las letras, en las que también he hecho algunas incursiones. Quién sabe.

 

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