Tres jóvenes argentinos viajaron a Estonia el pasado octubre en el marco del programa Back to our roots, que se traduce al castellano como De vuelta a nuestras raíces, y que tiene como objetivo volver a los descendientes o estonios expatriados a sus raíces, que experimenten nuevamente un vínculo con el país, con su idioma, con su arte, su cultura, sus paisajes y su historia.

de izquierda a derecha: Robin Rybner, Kevin Raud y Federico Torres

De izquierda a derecha: Robin Rybner, Kevin Raud y Federico Torres
 

Acerca del programa

Back to our roots es un programa de intercambio para jóvenes de entre 18 y 26 años que tengan ascendencia estonia y el objetivo principal es que estos jóvenes expatriados conozcan en profundidad el país, sus instituciones, universidades y empresas, además de distintas regiones, usos y costumbres, y por supuesto, el idioma.
Para eso, todos los años reúnen 30 jóvenes, de los cuales 20 provienen de todas partes del mundo y 10 viven en Estonia, y durante el viaje, que dura diez días, el grupo, que se comunica en inglés, participa en actividades para crear vínculos y lazos entre las personas que lo integran. Estas actividades incluyen juegos y dinámicas de presentación para conocerse, recorridas por Tallinn, la capital de Estonia, Tartu, la ciudad universitaria, y otras regiones cercanas, visita a universidades y empresas exitosas donde les presentan tanto las oportunidades de estudio como las de trabajo, y actividades culturales como danzas y demás representaciones para conocer en profundidad algo tan representativo de este país, como es el arte.
Para más información sobre el programa y cómo aplicar, puede ingresar al siguiente link

  Back to our roots 2018

En octubre de 2018 tres argentinos tuvieron la oportunidad de ser elegidos para participar del programa Back to our roots y volvieron rebosantes de alegría, llenos de anécdotas y muy felices de haber tenido la oportunidad de ir. Ellos son Robin Rybner, Kevin Raud y Federico Torres. En las próximas líneas, las historias de los chicos, su experiencia en el programa y su vínculo con Estonia.
Robin Rybner tiene 20 años y estudia ingeniería en la Universidad Nacional de La Plata. Si bien ahora vive en La Plata, Robin es originario de Tres Arrollos, una ciudad del Sur de la provincia de Buenos Aires. La mamá de Robin es estoniana y su abuelo actualmente vive en el país báltico. Hace veinticinco años, en un viaje de intercambio, la mamá y el papá de Robin (argentino) se conocieron, se enamoraron y decidieron vivir juntos en Argentina.
Si bien su mamá viaja más seguido y su abuelo vive en Estonia, Robin nunca había tenido la oportunidad de ir para allá, por lo que esta experiencia fue muy significativa, no sólo por poder al fin conocer el país que formaba parte de sus raíces y del que tanto había escuchado en su infancia, sino que además se encontró por primera vez con su abuelo. “Yo ya lo conocía por fotos, y de repente verlo, fue lindo”, cuenta.
Kevin Raud tiene 23 años, vive en Santa Fe capital y estudia ingeniería en sistemas de información en la UTN. Oriundo de Villa La Angostura, provincia de Neuquén, tuvo que mudarse luego de terminar el secundario para poder estudiar en la universidad. Su abuelo Rudi, el papá de su papá, era estonio y migró a la Argentina a fines de la Segunda Guerra Mundial. “Por el tema soviético se terminó viniendo para acá, vinieron en un barco de 12 metros de largo y tardaron como tres meses en llegar”, cuenta Kevin, que tiene ganas de viajar a Buenos Aires para encontrar recortes de diarios de esa época, donde aparece su abuelo.
Llegado al país, Rudi se sumó a una comunidad de estonios y ahí conoció a la abuela de Kevin, una joven hija de una pareja que había llegado al país luego de la Primera Guerra Mundial. Cuando el papá de Kevin era chico, en su casa hablaban en estonio, idioma que el pequeño aprendió a hablar antes que el castellano. A pesar del paso de los años, la familia conservó el idioma y siguió hablándolo. “Yo pasaba los fines de semana en la casa de mi abuela, y ella y mi papá hablaban en estonio”, comenta Kevin, “toda la vida tuvimos el escudo de los tres leones dando vueltas, fotos, libros”. Para la familia Raud, Estonia siempre estuvo presente.
Sin embargo, no fue hasta ahora que Kevin viajó por primera vez al país báltico, donde al igual que Robin, conoció muchos familiares. “Sabíamos que existía como país, sabíamos dónde queda, sabíamos que hace frío, pero nunca tuvimos una conexión directa, siempre a través de mi papá y de mi abuela”, explica.
A los familiares del otro lado del mundo, Kevin y su familia los encontraron de casualidad, o mejor dicho, ellos los encontraron primero: “En cierta manera mi viejo quedó con nosotros. La única familia directa que tiene somos nosotros, y de repente le llega un correo a mi hermana a través de Facebook, ¿puede ser que tu abuelo se llame de tal manera? y bueno, mi viejo se terminó reencontrando con una prima y un primo que tiene viviendo en Estonia, y cuando yo fui pude conocer a mi tía segunda”.
Federico Torres, el tercer joven que pudo viajar gracias al programa Back to Our roots, tiene 23 años (de hecho, los cumplió el primer día del programa) y vive en la localidad de Villa Ballester, en la provincia de Buenos Aires. Estudia profesorado de canto lírico y piano y da clases particulares de guitarra, piano, matemática y física. Su vínculo con Estonia es a través de sus abuelos maternos, ambos nacidos en Estonia y llegados a Argentina luego de la Segunda Guerra Mundial.
Federico cuenta que creció rodeado de la cultura estoniana: “mi abuela traía todo el tiempo estonianos a la casa, entre ellos hablaban en estonio, y era levantar el teléfono y que alguien te empiece a hablar un choclazo en estonio y no entender nada, ahí sabía que la llamada era para la abuela” se ríe.
Si bien Federico no conoció a su abuelo, sí tuvo un vínculo muy cercano con su abuela, Juta Uibopuu. Ella y su esposo se conocieron en la comunidad de estonianos y formaron una familia. Tuvieron dos hijos, que también aprendieron primero a hablar estoniano y después, una vez que empezaron el colegio, aprendieron el castellano.
Tanto Kevin como Federico, se enteraron del programa a través de una publicación en el grupo de Facebook Estonianos en Argentina que hizo el hermano de Robin, Cristofer Rybner, quien tuvo la posibilidad de participar en el programa en 2017. Los tres tuvieron la misma experiencia de aplicar sin saber muy bien de qué se trataba, o si de verdad podían salir seleccionados. “De repente un día me llegó un mail de que había sido seleccionado y me tuve que poner a planear todo, sacar los pasajes”, cuenta Robin.
Llegando a Estonia
“El primer día me fue a buscar mi tío al aeropuerto”, dice Robin, que conoció parte de su familia en este viaje, “me quedé con mi tío esa noche y al otro día me encontré con el grupo”. Kevin y Federico se habían conocido en el avión. Se habían puesto en contacto previamente porque sabían que coincidían en un vuelo. “Yo llegué tarde el primer día, no llegué a la primera cena. El chico del hostel me dijo más o menos quiénes eran de mi grupo y yo ya conocía a Fede”, explica Kevin. Federico cuenta la experiencia de la primera noche: “a las seis empezó la primera actividad formal. Nos presentábamos un poco, nos conocíamos, charlábamos y hacíamos alguna actividad como para que nos riéramos todos juntos”.
Al día siguiente, el grupo ya había dejado de ser un montón de gente de distintos países que apenas se conocía para convertirse en un grupo de amigos que se divertían y hacían muchas cosas juntos. “Todos nos llevábamos bien”, expresa Kevin, “y entre tantas actividades, te vas enterando de cómo las otras personas tienen conexiones con Estonia, y es raro, yo no conocía a nadie aparte de mi papá y de mi hermana que supiera dónde quedaba el país”, agrega.


El programa y la experiencia de los chicos argentinos


Durante esos diez días, el grupo realizó actividades de distinta índole, que tenían un aspecto en común: compartir de forma muy divertida con personas de ascendencia estoniana, al tiempo que conocían el país. Federico cuenta: “Fuimos a edificios de gobierno, fuimos a un parque de aventura, fuimos a un museo de ciencias, hicimos sauna, remamos en canoa”. Además, conectaron con la cultura estoniana mediante actividades muy particulares: “Uno de los chicos de Australia practicó toda su vida bailes tradicionales de folklore estoniano y fue un momento de mucha risa y muy divertido”, expresa Kevin entre risas, “te amigás y de repente tenés una conexión con gente que no tenías con nadie más. Compartís raíces, y a todos les importa el país y tienen interés”.



Con el pasar del tiempo, los jóvenes que participaban del programa no sólo interactuaron entre sí, sino que además, a través de diversas actividades, conocieron a muchos estonianos que habitaban las regiones que visitaban y tuvieron la posibilidad de practicar el idioma, conversar y conocer un poco el estilo y modo de vida de los habitantes de Estonia.
También pudieron disfrutar tradiciones que todos conocían de nombre y que rara vez habían experimentado bien al estilo estoniano. La predisposición fue fundamental. Robin, cuenta cómo se animó a hacer cosas a pesar de que en una primera instancia no fueran tan atractivas, y luego no sólo no se arrepintió, sino que las volvió a hacer: “Hay que probarlo antes y en todo caso decir que no con más información”, empieza, “por ejemplo el sauna no me convencía, pensé que era morirnos de calor todos juntos pero Kevin me convenció y la verdad que estuvo muy bueno, después lo quería hacer todo el tiempo, menos mal que lo hice”.
La experiencia del sauna fue una revelación para los tres. “Yo había hecho sauna una vez y no me había gustado, esta vez estuvo buenísimo”, resalta Federico. Luego del sauna se tiraban al agua (cabe destacar que era otoño) y los tres argentinos coinciden en que fue una experiencia muy linda. De hecho, Kevin repitió y se animó de vuelta los días siguientes al programa, que los pasó en casa de algunos familiares.
Los tres jóvenes coinciden en que el programa fue una experiencia muy divertida y de mucha profundidad a la vez, y que todo lo que hubo los llevó a conectar con el país de sus padres y abuelos. Lo que más destacan fue la experiencia de grupo. “Lo que más disfruté más allá de las actividades fue la gente que conocí, conocer estonianos que van a ser mis amigos para toda la vida. Estonianos y estonianos extranjeros”, subraya Federico.
Si bien ninguno habla el idioma con fluidez, tanto Robin, como Kevin y Federico se sentían a gusto escuchándolo. “Los estonianos que nos recibieron siempre hablaban entre ellos y te pedían perdón por hablar en estonio, y yo les decía que no, que hablaran tranquilos, que para mí era divertido, porque yo de chico pasaba los fines de semana con mi abuela y con mi papá hablaban en estoniano, me gusta escucharlo”, se ríe Kevin. A Federico le pasaba algo muy similar: “tenía esa sensación de no entiendo nada, pero igual está todo bien, porque la gente alrededor mío está hablando estonio”.


Estonia en Argentina

Estonia es, para muchos argentinos, esa tierra de los padres y abuelos, pero es además historias, aromas, anécdotas, comidas, recuerdos. La posibilidad de visitar el país del báltico representa para muchos un viaje emocional hacia todo eso que, aún en la distancia, ya conocían. Significa entender algunas cuestiones y que muchas cosas por fin cobren sentido. Es ver todo lo que ya conocían, pero potenciado.
“Siento como una mezcla de cosas, como que es parte de mi historia, al ser la tierra de mi abuela, como que influye”, explica Federico. Por su lado, Robin destaca: “Hay cosas que yo no me había dado cuenta hasta que estuve en Estonia, cosas que eran normales para mí, como la comida, algunas palabras… el viaje ayuda a comprender muchas cosas”.
Los tres argentinos que tuvieron la posibilidad de participar en este programa resaltan lo valioso que es que Estonia lleve a cabo este tipo de iniciativas para mantener viva la relación de los estonianos con su país: “por favor sigan financiando proyectos así”, pide Kevin, “porque para mí esto hace un año habría sido imposible, y de repente me estoy planteando si no mudarme un tiempo o más a Estonia, así que el programa funciona, y que realmente vale la pena”.
El programa se realiza todos los años, y es organizado por la organización de juventud Seiklejate Vennaskond, coordinado por el Centro de Trabajo joven de Estonia y financiado por el Ministerio de Educación e Investigación de Estonia. Todos los gastos como estadía, comida, y actividades son cubiertos al 100%, además de una parte del pasaje aéreo.

NOTA ESCRITA POR: Ayelén Iara Torres

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