De Buenos Aires a Helsinki
La última vez que pisé la UBA (Universidad de Buenos Aires) fue en marzo 2019.
Estábamos con mi amiga Meli, tomando tereré, en la biblioteca de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Yo acababa de rendir el final de Química Orgánica y ella estaba preparando otra materia; ambas, en ese momento, estudiando la carrera de biología. Nos juntamos con otro compañero y charlamos de la cursada y de nuestras series favoritas. Volví, luego, en el 107 a mi casa, mirando pasar la zona norte de la ciudad de Buenos Aires.
Unos días después cayó la pandemia, e hice lo que pude para seguir cursando. En el 2020 promocioné Ecología y Sistemática Teórica, aprobé la cursada de Genética y de Evolución. Sin embargo, en el primer cuatrimestre del 2021 todo lo que venía cayendo terminó derrumbándose por completo, y me encontré en una situación que era triste y angustiante en todos los sentidos. Dejé la cursada de Embriología y Biología del Desarrollo, una materia que amaba, y me concentré en aprobar Física 2 (Electromagnetismo y Óptica) pero, los contenidos no me quedaban guardados en la cabeza, por más cuadernos que haya completado con ejercicios y resúmenes. No podía seguir el ritmo y la exigencia, además, me costaba respirar cada vez más. Terminé dejándola también.
Me vine a Finlandia de visita en junio 2021 y con la distancia por fin pude ver las cosas claras. La facultad me estaba agotando y dejando mi salud (ya de por sí frágil) en pésimas condiciones. Las cursadas de cuatro horas consecutivas, las entregas semanales donde no alcanzaban ocho horas de esfuerzo constante de tres personas, los laboratorios donde nada me salía como debía, y la sensación de ser un completo fracaso me perseguía… Exactas me estaba destruyendo.
Quizás no contaba con la inteligencia suficiente para sobrevivirla. O quizás me estaba dando cuenta que el título de biología no valía tanto sacrificio para mí, o que me estaba sacando mucho más que lo que tenía para entregarle.
Hace dos semanas pisé la Universidad de Helsinki por primera vez.
Entre junio 2021 y septiembre 2022 trabajé en “atención al cliente”, o algo parecido. Contrario de lo esperado, dado que cumplí 27 años y me tocaba empezar de cero, sentí mucho alivio por tener esta oportunidad de empezar una vida nueva. Sentí mucho alivio por poder repensar mis elecciones de carrera, considerando mi futuro laboral y personal. Sentí mucho alivio por tener un espacio que era solo mío y donde podía tomar un descanso de la presión constante de: “debería estar estudiando”. Y más que nada, de la sensación de “tu cerebro no da para esto y es tu culpa”.
Así que me volví a encontrar como amante de la lectura y de la escritura -ahora con un proyecto con más de 600 páginas escritas-. Otro futuro empezaba a asomarse en el horizonte que por mucho tiempo no había sido otra cosa que humo, humo que se me escapaba entre los dedos, cuando intentaba imaginarme la vida después de recibirme. Y ese futuro incluía algo en el que yo ya era buena sin tener que sufrir: idiomas.
Mi mamá es finlandesa, papá italiano, me crié bilíngüe. Hablaba inglés antes de la primaria y a los 12 años ya hablaba ruso y algo de sueco también. Seguí con español y francés en la secundaria, y en la facultad empecé portugués. Ser bilíngüe en particular me otorga beneficios que son importantes y únicos según las neurociencias. Siempre me gustaron los idiomas, siempre era de las mejores y más aplicadas alumnas, salvo el sueco, que nunca me gustó, pero es obligatorio en todos los niveles educativos, básicamente.
Decidí aplicar para estudiar español en la Universidad de Helsinki. Entran veintiún personas por año, de los cuales once entran directo con las notas de los exámenes finales de la secundaria, entre ellos, al menos seis aplican por primera vez. Yo estaba dentro de esos seis, a pesar de que rendí el examen de español hace literalmente diez años, en septiembre 2012. Pero se ve que no llegaron a vencer los exámenes y entré directo, sin tener que pasar por el examen de entrada.
La cursada pasó de 4 horas a durar 90 minutos. Tres de mis seis materias son virtuales, así que solo curso 4 veces por semana 90 minutos a la vez (naturalmente, Gramática Española es la única que requiere dos asistencias semanales). Pasé a tener comedores universitarios que ofrecen comida caliente hasta las 7 de la tarde, en vez del comedor de Exactas que no tenía muchas otras cosas que galletitas y sándwiches después de las 3 de la tarde, a pesar de que varios días las cursadas seguían hasta las 9, 10 de la noche. Pasé a cursar en aulas donde no entran más de 30 personas, a mirar como mis compañeros usan sus laptops y yo sigo anotando todo en cuadernos con lapiceras de colores, aunque ya no son rayados de marca Avon.

Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (Bs. As, Argentina)
Pasé de sentir que lo que la Facultad quería, era que fallara, que abandonara la carrera, que la presión me quebrara el ánimo y las ganas, que tuviera que convivir con la sensación de tener un cerebro al que le faltaba algo clave para tener éxito. Ahora (o por ahora) siento que acá la Facultad me apoya. Quiere que llegue a los mejores resultados y me ofrece apoyo si lo necesito.
Quiero aclarar que mi intención no es criticar a ninguno de los profesores, docentes, jefes de trabajo, ayudantes o compañeros. Hay muchísima gente que hizo todo lo posible para que la cursada siga, recibí mucha ayuda, conocí mucha gente increíble, y me llevo mil y un recuerdos hermosos de Exactas. Por ahora no pasó ni un día que mi mente no vuelva a esa biblioteca, o al río, o al pastito, o a la reserva de Ciudad Universitaria. Extraño muchísimas cosas y darme cuenta que lo mejor que podía hacer era soltarlo fue de las cosas más dolorosas. Pero las realidades son estas, las que compartí, y todo lo hermoso, increíblemente hermoso que me daba Exactas, no alcanzaba para salvarme de todo lo que fue lo contrario.
Quizás es cierto que yo no contaba con la inteligencia suficiente para sobrevivir Exactas. Quizás muchos de los desafíos volverán en mi nueva vida universitaria de alguna forma u otra. Pero al final del día es irrelevante. Mi bienestar lo encontré en otro lado, y hace una semana por primera vez en cinco años dije en voz alta que ya no convivo con depresión. Si hubiese podido o no recibirme de bióloga no me define. Cumplir 28 años dentro de un mes, como universitaria de primer año, es una de las mejores cosas que me pasó, y solo pudo nacer de la decisión más difícil de mi vida hasta ahora.