En el pintoresco barrio porteño de San Telmo está situada la Universidad del Cine. Entrar en ella nos transporta a un mundo mágico, especial. Afiches de las películas argentinas de reconocimiento internacional cuelgan de las paredes de la oficina, donde nos recibió este gran transformador del cine nacional argentino. El señor Antín es un hombre jovial, totalmente compenetrado en su actividad cinematográfica y con gran profundidad de pensamiento, virtudes que se aprecian tanto en las películas filmadas por él como en las que produce la Universidad que preside.
¿Cuál es su reflexión sobre la carrera de Director de Cine y el funcionamiento de la Universidad que usted fundó?

Me he sustituido a mí mismo, me veo en los jóvenes. Conozco las dificultades que tiene el camino, por eso puedo ayudar a hacer películas a los alumnos. Hago por ellos lo que me hubiera gustado que hagan por mí. Y con respecto a nuestra Universidad, no sé si es una Universidad que produce o una productora que enseña. Las cinco mejores películas argentinas del año 2015: Relatos Salvajes, El Clan, Sin hijos, Abzurdah y La patota salieron de esta Institución.
¿Es fácil hacer cine en Argentina?
El cine es un arte caro. La crítica me ha ayudado mucho. Argentina es un país privilegiado, porque aunque haya habido deudas con el Fondo de las Artes y el INCAA -Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales-, la gente que no tiene dinero puede recibir préstamos a muy bajo interés. En 1991 fundé la Universidad del Cine, en 1982 hice mi última película, La Invitación, y en 1983, me dediqué a la política cinematográfica como director del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. El INCAA tuvo mucha apertura hacia el mundo. Cuando terminó mi gestión, pensé que el mundo se desmoronaba pero no fue así. El cine es una actividad intelectual y física muy grande. Eso es mi pasado, ahora estoy muy contento con lo que hago. Me compensa.

Usted ha dicho que el cine es siempre literario ¿qué significa esta afirmación?
Todo es literatura, en el fondo somos gente escrita. No vamos haciendo nuestra vida solos, naturaleza, Dios…quién sabe. Somos literatura de reemplazo. El tiempo nos va haciendo desaparecer, pero también hay algunos escritores que no han desaparecido.
Su conexión con Cortázar es muy conocida ¿hubo otros escritores con los cuáles se sintió tan profundamente identificado?

Cortázar me convirtió en director de cine. Yo escribí desde chico pero un día encontré un cuento de él y pensé que sólo sería escritor si podía escribir así. La película La Cifra impar inspirada en su cuento Cartas de Mamá fue mi primera película, que se estrenó el 15 de noviembre de 1962. Después de verla me dijo: “Pibe, entendí mi cuento”. En un momento me divorcié de Cortázar, cosa que me valió de distanciamiento. Sin embargo siempre recuerdo nuestra amistad y nuestros encuentros en Argentina y Francia. Publiqué un libro sobre las cartas que nos escribimos durante mucho tiempo.

Otra obra literaria que llevé al cine fue Don Segundo Sombra, basada en el libro homónimo de Ricardo Güiraldes, se estrenó el 14 de agosto de 1969. Fue una película vista por tres millones de personas, muchas más de las que leyeron el libro.
¿Qué piensa sobre el cine y su relación con las nuevas tecnologías?
El cine es un elemento en desuso, pero es un gran instrumento de lectura, es más apacible, menos esforzado que leer un libro. Estoy contento de que las nuevas tecnologías me permitan llevar mis diez últimas películas en el celular. Lo he aprendido de mis alumnos. Un día vino un estudiante diciéndome que quería que yo viera su película, a lo cual respondí que teníamos que poner una fecha y ver la proyección entonces me dijo: “pero está acá en mi celular”. Y la vimos en el momento.
De las películas que filmó ¿cuál es aquella que lleva en su corazón como la más querida y por qué?
Tengo tres, una es la primera que hice, La cifra impar, porque me presentó a Cortázar. Luego Los venerables todos, porque fue la segunda. Y Don Segundo Sombra, porque me conectó con el gaucho.
¿Cuáles son los principales elementos que debe tener una buena película?
Lo que debe generar una película es una propuesta intelectual, que los que la vean puedan recrear su historia propia. Por eso mis películas no son lineales sino rompecabezas. Porque la vida y la mente son rompecabezas. Y por supuesto también deben tener música, estética, literatura, pensamiento. Es un concierto audiovisual. Nunca me interesó una película que me entretuviera.
¿Qué películas nacionales y/o internacionales marcaron su vocación de cineasta?
Luces de la ciudad de Chaplin, El ciudadano Kane de Orson Welles, Amarcord de Fellini y Cuando huye el día también llamada Fresas salvajes de Bergman.
¿Cuáles son los cambios más significativos que produjo el cine argentino en los 60? ¿Y después?
Pasó del cine industrial al cine literario-narrativo, cuidadoso del lenguaje. La generación de los 60 hizo un cine fundamentalmente intelectual. Perdió mercado latinoamericano, que sí lo tenían las películas de la década anterior, pero tuvo en cambio reconocimientos europeos importantes. El de la generación del 80 fue un cine hecho por estudiantes, un cine de los jóvenes que no tuvieron que comenzar bruscamente. Actualmente son películas de cine colectivo, lo hacen muchos a la vez. Trabajan en equipo. Opinan todos, el editor, el director, el fotógrafo, el autor del guión.
¿Cómo imagina el cine argentino hacia el futuro?
El cine es un valor insustituible para la Argentina, y va a seguir existiendo mientras esté el INCAA.
¿Cuál es su opinión sobre la relación entre política y cine?
Cuando yo ingresé al INCAA como Director durante el período radical de Alfonsín, recibíamos más créditos de los peronistas que de los radicales. Pienso que sin libertad de expresión no hay ningún arte posible.
La revista Fennia, de intercambio cultural entre Argentina y Finlandia, agradece a Manuel Antín, su cordial e interesante entrevista.